Embarcado en la promoción de su cuarto disco, «Rumores», este compositor cordobés lleva un verano sorteando las carreteras de toda la geografía española con sus conciertos. Felipe Conde puede presumir ya de «haber hecho realidad el sueño de poder vivir de la música», tras ocho años en los que la «buenaventura» parece haber marcado su carrera artística. La música para él no es sólo una forma de ganarse la vida. «A los seis años ya tocaba la guitarra», cuenta Conde. Él es un artista que afirma que, lo único que hace es «contar las historias que me pasan, con las que la gente se pueda sentir identificado».
Conde empezó componiendo en una banda con cuatro amigos de Córdoba, «Calle sin Fondo». Allí fue descubierto por uno de los productores musicales más reconocidos, Manuel Ruiz, «Queco», «cuando él todavía tenía un pequeño estudio en su casa de Ciudad Jardín», recuerda. Poco a poco, fueron intercambiando letras hasta que el productor cordobés convenció a Conde para que iniciase su carrera en solitario allá por 1998 con el que fue su primer disco, «La Buenaventura». Pero la bohemia vida de un músico tiene también la desventaja de que «no se pueden tomar vacaciones en verano», comenta el cantante. Al contrario, Conde añade que «es en verano cuando hago el 60 por ciento de los ingresos de todo el año». Dice que su rutina en los meses estivales consiste en «estar tres o cuatro días sin parar, concierto tras concierto». Pero lo cierto es que el mito de la vida en soledad de muchos músicos no tiene mucho que ver con este joven «artista», como él mismo se denomina, pues viaja siempre acompañado de su banda, y su gente de confianza de la discográfica con la que trabaja. Sin embargo, después de los duros días en la carretera, «llegando a las seis de la mañana a casa», también se reserva Conde algunos días tranquilos de descanso en la playa. Este verano se ha tomado sólo un par de días en los que ha aprovechado las cálidas playas de Torrox (Málaga) para darse un respiro.
Candelas al orilla del mar: Al compositor de «Los ángeles también bailan», tema con el que conquistó el mercado musical en 1998, se le vienen a la memoria numerosos recuerdos de los veranos familiares que pasó con sus padres en Benalmádena (Málaga).De esa época, cuenta que le encantaba «pasar las noches alrededor de una candela a la orilla del mar con la pandilla». A Conde le gustaba estar en la playa con amigos que, llegados de diferentes ciudades, se daban cita sólo en los meses estivales para disfrutar de la libertad que no se les permitía el resto del año en los lugares donde vivían. «Con 16 ó 17 años todavía eres demasiado joven, y la ingenuidad ante el mundo hacía que disfrutaras de los pequeños momentos». Conde afirma que Benalmádena «ha sido el sitio de las primeras «copitas» de más y los primeros «cigarritos»». Recuerda también «la tremenda ilusión que me hacía recogerme a las cuatro o las cinco de la mañana, porque aunque eso de los botellones ahora esté muy de moda, yo sólo podía permitirme esa libertad de llegar tarde y beber algo cuando estaba en la playa». Sobre sus fiestas a la orilla del mar, Conde dice, entre risas, que «no he hecho nada que cualquier chaval de esa edad no haya hecho». También, alude a que tiene grabado en la retina la estupenda sensación de «bañarse en la playa a las mil».
Tranquilidad ibicenca: Por otra parte, el músico cordobés recuerda con especial nostalgia el verano de su primera gira musical, cuando recorrió toda la zona norte de España. Conde cuenta que «me fascinó la forma de vida de Ibiza». La tranquilidad y la paz que se respiraba por todos los rincones de la isla le hacían pensar que aquello era «otro «rollo»» distinto al ambiente que se vive en las atestadas playas de otras costas españolas. Piensa que el hecho de vivir rodeado por completo de agua hace a sus gentes estar, en cierta manera, «aislados», no sólo geográficamente, del resto de la Península. Ese verano, Conde aprovechó para perderse en las recónditas y salvajes calas ibicencas y asumir el hecho de que cientos de personas cantaran a coro: «Bajo la ventana, subo a Camarón, a golpe de, volante, yo, volando voy». Quizá Conde valoró la aparente calma que se respiraba en Ibiza por lo estresante del día a día de esa primera gira, que poco tenía que ver con sus inicios en actuaciones de tablaos y peñas de Córdoba.
Una vez sumergido de lleno en el mundo de la música, Conde afirma que «inconscientemente te ves obligado a cambiar la forma de vivir los veranos». «Los artistas tenemos quizá más tiempo libre que cualquiera entre concierto y concierto pero nunca podemos estar parados». Aunque dice que «el esfuerzo no es físico», Conde asegura que «no tengo descanso porque no puedo evitar darle vueltas a la cabeza para escribir nuevos temas o introducir cambios en la siguiente actuación». Sin embargo, dice que tampoco le supone un gran problema el hecho de tener que prescindir de sus tradicionales veranos en familia en las playas malagueñas. «Soy de los que cuando llevo tres días parado ya estoy diciendo eso de vámonos que nos vamos»». Dice sentir la necesidad de volver a subirse a un escenario para entregarse a su público. Pero el artista afirma que también se siente a gusto en su Córdoba natal, entre sus amigos de siempre con los que «ya no soy Felipe Conde, sino Felipe, a secas». Ellos «son los únicos que consiguen despegarme de la guitarra».
Para lo que queda de este verano, Conde dice que tiene planeado una «escapadita» a Torrox con sus padres. Allí espera reencontrarse con amigos a los que «tengo un poco abandonados». El cantautor cordobés lleva ocho años llevando su música por toda España. Esta vida de artista conlleva dejar atrás los veranos con sus amigos en Benalmádena. Ahora se conforma con pequeñas escapadas que aprovecha para recargar las pilas.