“La, la, la, la, la…”, una delicia del mar. Y no, no hablo de Los Piratas, de Martínez Ares. La protagonista de anoche en la segunda sesión del COAC fue la comparsa de Pablo Castilla, veterano autor del carnaval cordobés. En su línea poética, “La mar imaginaria” se presenta a bordo de un navío al que unos almirantes de Sierra Morena se han embarcado rumbo a… rumbo a un popurrí revelador. Destaca un mosaico de voces de las de antes, con octavillas justas y guitarras afinaditas en un ritmo quizá más cercano a piratas que a las rígidas marchas marineras.
En el primer pasodoble, los de Pablo Castilla se envuelven en una alegoría que habla de un navegante que soñó con iniciar un periplo a una tierra que no es otra que la majestuosa Gades, en la que se encontró a un pueblo complaciente de su llegada.
Un pasodoble de crítica social, secunda el turno de coplas. Esta vez es el drama del maltrato por parte de un hijo, Miguel Ángel, a unos padres a los que despierta del sueño que tuvieron hace veinte primaveras. El miedo y la angustia del sufrimiento de esos padres se trasmite en cada verso del pasodoble, cantado, quizás, con demasiados quejíos pero que por su puesto, dan dramatismo a la actuación.
Y se refresca la cosa con la ronda de cuplés, con otro sobre la moda de los ordenadores en los que cuentan que su niño, esperemos que no sea el problemático Miguel Ángel, se lleva el día bajádose de todo, bajándose de todo menos la basura. Ingenio, aunque algo previsible.
Nacho Vidal y su … aparecen en el segundo cuplé. Sin embargo, al parecer, a la de Enrique Iglesias incluso le sobra espacio en un vaso de chupito. Lo dicen ellos.
Un estribillo largo, pero de final pegadizo por la repetición del propio nombre de la agrupación, remata y da paso al popurrí.
Volvemos con recursos estilísticos literarios en una historia estructurada con cuartetas perfectamente encadenadas en sentido cronológico. Cuentan el inicio de un viaje en barco, con ritmos que suenan a rumba. Después de combatir un furioso oleaje, llegan a un lugar donde se encuentran las melódicas voces y los cuerpos mitad pez, mitad mujer, que bien podrían ser las sirenas de “Koski” del año pasado. Un marco de brisas suaves, murallas y castillos a los que podemos poner por nombre Puertas de Tierra y Santa Catalina. Un paraíso que nada de onírico tiene, ya que los almirantes, al despertar de ese dulce sueño, abren los ojos y siguen viendo este edén dentro del templo de los ladrillos coloraos al calor del fuerte aplauso del respetable gaditano.