Estrella Serna/efe,
Una tierra albariza, blanquecina, y un verano caluroso y seco forman el maridaje perfecto para que las tierras cordobesas de la Denominación de Origen Montilla-Moriles sean los primeros pagos de Europa en comenzar la vendimia de unos caldos de los que el Pedro Ximénez es la variedad más señera. Esta joya etnológica de vino dulce, presente en la mayoría de las bodegas de vino de los 65 operadores que se integran en la D.O. Montilla-Moriles, necesita unas condiciones edafoclimáticas -combinación idónea de temperatura, humedad, luminosidad, suelo y fertilización- que se encuentran en la Campiña Cordobesa, donde arranca la recogida de la uva de la campaña europea.
Y para encontrar el por qué Córdoba encabeza la vendimia europea hay que preguntarse: “¿Dónde hace calor?, pues en Córdoba y en verano, donde se llega a 45 grados; la uva Pedro Ximénez, que da nombre al vino, en un sitio de costa se pudriría por la humedad”, explica a Efe el perito agrícola del Aula Vitivinícola de la D.O. Juan Portero, en una ruta por los viñedos de Montilla, situada entre el río Guadalquivir y las Sierras Subbéticas.
Pero los viñedos de la producción de la D.O. se extienden por buena parte del sur de la provincia de Córdoba, además de Montilla: Moriles, Doña Mencía, Montalbán, Monturque, Nueva Carteya y Puente Genil y en parte de Aguilar de la Frontera, Baena, Cabra, Castro del Río, Espejo, Fernán-Núñez, La Rambla, Lucena, Montemayor y Santaella.
En las 5.300 hectáreas de viñas, desde finales de julio se recogen uvas para vinos jóvenes, recolecta a la que en agosto se suma la cosecha de Pedro Ximénez y la de los finos; todos ellos elaborados a partir de la uva blanca. Este año se espera una producción de 55 millones de kilos, un 20 % menos que en la campaña anterior, y a pesar de que se han logrado plantar en más hectáreas de las que se han arrancado.
“La reducción se debe a que la campaña pasada fue muy productiva, y este año las viñas han estado más estresadas”, señala a Efe el gerente del Consejo Regulador (C.R.) de la D.O. Montilla-Moriles, Enrique Garrido, entidad que se encarga de la velar por el desarrollo e innovación de los mercados de los vinos y vinagres de este marco regulador.
En uno de los pagos montillanos, en Cerro Manzano, se observa la convivencia de la técnica de recogida de la uva tradicional o “poda en cabeza”, donde las uvas son arrancadas de vides de unos 35 centímetros, con las plantaciones “de espaldera”, donde las matas alcanzan los 70 centímetros y la recolección se realiza con una máquina cosechadora. La máquina parece sustituir a las cuadrillas.
En una de las viñas, el capataz José Vallejo, acompañado de su hijo, acarrea cajas de uvas para cargarlas al camión que lleva la cosecha a los lagares. “Llevo toda la vida haciendo esto y me gusta, trabajar en el campo es bonito”, cuenta a Efe.
Y es que son muchas las familias que viven del vino; 100.000 son los jornales de la D.O. Montilla Moriles en la cosecha, entre trabajadores del campo y las industrias auxiliares (lagares y bodegas).
Una actividad que no se resiste a las exigencias del mercado para abaratar costes mediante la mecanización en los viñedos, pues 3.000 hectáreas son ya plantaciones que permiten la recogida con máquinas cosechadoras, según informa el vicepresidente del C.R. de la D.O. Montilla-Moriles, Juan Manuel Centella, quién además es presidente de la sectorial de la Viña de ASAJA.
Los caldos de Montilla-Moriles no solo están presentes en el mercado nacional, sino que llegan a países europeos (Reino Unido, Países Bajos, Alemania, Francia y Bélgica) y a EEUU, Canadá, Rusia y países del sudeste asiático, entre otros.
Unos 50 países de todo el mundo disfrutan de las variedades de vinos generosos (fino, amontillado, oloroso, palo cortado, raya, ruedo), blancos (con o sin envejecimiento), y el caldo dulce de color caoba, el Pedro Ximénez, licor hecho 100% de la uva con el mismo nombre que hay que “pasar” (secar) antes de llevarla al lagar.
“A la vendimia, niñas/vendimiadoras./A la vendimia, niña, /que ya es hora.” Esta estrofa de una poesía de Miguel Hernández cobra vida desde las 8 de la mañana y hasta la caída de la tarde, jornal ganado con el sudor bajo el sol las “paseras”, las mujeres que colocan las uvas de la variedad Pedro Ximénez en unas lonas en la tierra para que se sequen al sol y poder extraer de ellas el mosto, la esencia del vino dulce del mismo nombre.
Quizá es esta una de las partes más duras del peculiar proceso de este licor; mientras los hombres descargan las cajas de las uvas recogidas, ellas se desloman extendiéndolas con mimo para que el sol de la Campiña las “pase” a todas por igual. “Un trabajo duro, pero trabajo al fin y al cabo”, comenta una de las agricultoras.
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